¿Tan influido está por el pensamiento oriental como para decantarse por las formas de su poesía en detrimento, o quizás no, de la occidental? ¿De dónde viene ese singular interés?
–Digamos que desde la influencia de la poesía oriental, y su pensamiento zen, espiritual y unitivo con la Naturaleza, he hecho mío su espíritu para plasmarlo desde mi yo occidental, zamorano, en concreto, si se me permite la precisión. Es como si en lo oriental hubiese encontrado la horma de mi zapato lírico: sencillo y complejo a un tiempo. Mi interés surgió inopinadamente. Fue un hallazgo fortuito al leer un libro de Matsuo Bashô y otro de Tameda Santôka. Una epifanía, si se me permite.
¿Qué se puede transmitir con un haiku que no se pueda transmitir con la misma fuerza o expresividad jugando con las estrofas tradicionales de la métrica española? ¿Qué se puede pergeñar, aprehender o sugerir que le esté negado o vedado al parnaso o al canon europeo?
Es una gran pregunta ésta. La forma (esas 17 sílabas métricas: 5 / 7 / 5 ) ya marcan un reto insoslayable que ayudan a ajustar forma y contenido. Y, a su vez, la presencia del kigo (palabra estacional) ya te empuja a subrayar un tipo de poema distinto, crucial y esencial en su ser prístino, aunque sea transportado a nuestra (a mi) cultura. Es la forma congrua, aunque comulgue con el tercerillo o la copla popular de nuestra tradición, casi con el refrán u otros dichos orales. Está muy próximo a ellos, por otra parte. La carencia de rima, el verso blanco, esa asonancia acaso permisiva. Añade a nuestra Métrica y sus normas, cuanto acabo de señalar: la unidad con Natura, desde su forma, siempre que el haijin sea ortodoxo, como es mi caso. Y permite la simplicidad compleja: la complejidad simple de un instante eterno.
¿Qué resaltaría de sus haikus: lo bucólico, lo romántico o lo erótico?
Más que lo bucólico, “stricto sensu”, si se me permite, más propio de la poesía clásica
latina y renacentista, de un Garcilaso o un Cervantes, y tantos otros autores de églogas
(en su forma natural y extensa) en mis haikus aparece la Naturaleza siempre, destacada y ampliamente. De ahí que me autodefina como ortodoxo. Lo erótico es imperceptible, una ráfaga de mujer, un perfume, un atisbo: nadería. La Naturaleza es romántica ‘per se’. Como un estado de ánimo y como un misticismo. En ese estado: ahí, exactamente.
¿Acaso es posible a través del paisaje, de su sencilla descripción o plasmación, despojada de todo esplendor, exuberancia y suntuosidad, retratar el alma humana?
Naturalmente. Quien escribe, el autor, el poeta se autorretrata en su obra. Uno es lo que siente, lo que percibe en un instante unitivo con Natura en todas sus variantes. Le diré más: el LECTOR se siente retratado en esa misma convivencia, o en su antagonismo; que también sucede. Yo lo he constatado en mis presentaciones en vivo. Ante los receptores. Uno encuentra, hace suyo la vivencia, el mensaje del poeta o haijin.
Estoy en lo cierto si digo que existe en su obra cierto aire de protesta, que si ha optado por este tipo de poesía en concreto ha sido precisamente con el firme propósito de denunciar y criticar el lujo y la extravagancia inherentes a esta nuestra sociedad a diferencia de lo que ocurre con sus poemas, que brillan con luz propia sin necesidad de ornamento alguno, «en sus cueros vivos», como usted muy acertadamente expresa?
No era ese, en su origen, mi punto de partida. Empero, ahora que lo señala, me siento identificado, en parte, con ello. Ante tan insustanciales obras de medio pelo, de tanto amor pueril, púber, adolescente; ante tanto poema pésimamente escrito en versos “non libres», como pretenden decir, sino libérrimos, amétricos, escritos a machetazos, a lo como quiera, ofrezco la limpieza y limpidez, los “cueros vivos» como usted ha sabido señalar muy bien. Ese, entre otros, es uno de sus mayores méritos. Si no fuera su autor, señalaría, ay, otros muchos, pero prudencia y humildad, me amordanzan con sus manos nobles. Muchas gracias por sus atinadas preguntas. Me ha resultado tan breve como placentero responder a todo ello.