Por el título entiendo que usted es de las que creen que sí se puede educar la felicidad. ¿Podría resumir las bases de su teoría y cómo afrontar semejante desafío?
Por supuesto, a ser feliz se aprende y, lo más importante, es que no hay una edad indicada para hacerlo, y es mucho más sencillo de lo que nos han hecho creer.
Partimos de que la sensación de bienestar emocional (lo que personalmente entiendo como felicidad), es una combinación concreta de neurohormonas que son liberadas como consecuencia de determinadas experiencias, acciones y/o pensamientos.
Busquemos entonces cuáles son aquellos detonantes de felicidad de los que disponemos y potenciémoslos.
¿Por qué considera tan fundamental y decisiva la educación de nuestros hijos, logremos o no con ella que alcancen la tan ansiada felicidad? ¿De qué factores depende ese logro?
Obviamente, como madre y educadora puedo ver a diario los efectos de una educación respetuosa y también las consecuencias de cuando las cosas no se hacen del modo más adecuado. Pero no son los efectos a corto y medio plazo los que me interesan; la educación de verdad es mucho más que conseguir en nuestras niñas la conducta que deseamos que tengan en un momento dado, pues “NO EDUCAMOS A LOS NIÑOS DE HOY; EDUCAMOS A LOS ADULTOS DE MAÑANA”.
Y en la tarea de educar, así como en la vida de los adultos que educamos, la felicidad no debe de ser una meta. Hay que empezar a ver la felicidad como la consecuencia de pensar y vivir de un modo determinado, al margen de las circunstancias que a menudo ocurren a nuestro alrededor. De un modo determinante, si nosotros los educadores andamos felices, aquellos a los que estamos educando podrán decidir si también quieren andar así.
¿Se les debe inculcar una disciplina férrea y estricta o, por el contrario, considera más acertado un enfoque autónomo e independiente que en cierto modo puede resultar algo despreocupado: dejarlos hacer y deshacer a su antojo?
Dentro de los estilos educativos los hay de más autoritarios y de más liberales, y están estrechamente determinados por la mochila que cada educador lleva a sus espaldas.
No voy a entrar en la defensa de un estilo en concreto, simplemente me voy a limitar a decir que, como profesional del coaching, veo la figura del educador como el acompañante necesario para ofrecer los recursos que precise la persona a quien acompañamos, siendo ella la que marque los ritmos de desarrollo y sus preferencias. Los recursos que los padres y madres debemos ofrecer son muchos, pero los principales son unos valores bien definidos, un ejemplo a quien imitar, mucha seguridad y apoyo, y una comunicación potente.
¿Puede llegar a ser contraproducente infundirles el deseo vs necesidad de marcarse retos y objetivos que en ocasiones pueden llegar a ser incluso inalcanzables por tal de llegar lejos, más lejos, aspirar muy alto; fomentando así la avaricia y una competitividad desmedida o desmesurada y pudiendo además devenir en frustración al no satisfacer las expectativas creadas?
Soy muy fan de los objetivos, de tenerlos claros y de trabajar para ellos. De hecho, en coaching trabajamos mediante ellos para alcanzar resultados maravillosos.
Pero aprender a formularse objetivos tan alcanzables como motivadores, es un trabajo importante. Como educadores, hemos de ser profesionales en ello. A nivel personal, porque es lo que nos ofrece las razones y la energía para seguir adelante en las situaciones más difíciles y agotadoras (y en la paternidad hay algunas de ellas), y a nivel educativo, para generar situaciones en las que nuestros hijos experimenten el éxito y también el fracaso, y que aprendan a ver en el error buenas oportunidades de aprendizaje.
Y referente a la avaricia, como la competitividad, o las envidias, los celos, la ira o cualquier tipo de emoción que te venga a la cabeza, hablemos de ellas para encontrar la perspectiva y el equilibrio necesario para poder utilizarlas. Todas las emociones son necesarias, incluso las que parece que no, todas nos ofrecen alguna información. Lo que debemos hacer es aprender a leerlas y a utilizarlas para generar nuevos objetivos.
¿Qué es para usted la felicidad? ¿Un instante, quizás, o una filosofía de vida?
Para mí, la felicidad no es un instante, ni un objetivo, ni un camino, sino un modo de caminar.
Aceptar más, las circunstancias y a los demás, agradecer todo, reír más y pensar menos, observar con más intensidad, escuchar con la mente y abrazar con el corazón. Eso es felicidad.